Crónica de Iron Maiden, por El Mono del Código.

Sábado, 14 de julio. Suena el móvil. “Joder, ¿quién será a estas horas?”. Miro la hora y ya son las once de la mañana. Me despierto algo encabronado, pero un cosquilleo recorría mi cuerpo: Después de años de espera por fin iba a ver a mis queridos Maiden.
 

Las doce de la mañana, la una, las dos… Según iban pasando las horas iban aumentando mis nervios a la par que mis ganas. Cuatro de la tarde y hora de salir. Cogemos el coche y nos reunimos con unos amigos de la infancia, fieles a todos los conciertos de este estilo. Latita de cerveza y camino al Wanda.

Comienzan los retos. Da igual que llevásemos una semana planeando la ruta: “¿Aparcamos en Coslada y vamos en taxi?” “Pero el metro está cerrado, ¿no?” “¿Dejamos el coche allí el viernes y vamos en transporte público?”. Al llegar allí nos pasamos todo por el forro. “Venga va, vamos dirección Wanda que lo mismo pillamos sitio…” Pues a la aventura. Calle abajo, dos minutitos y un pedazo de sitio de los que no imaginas ni en tus mejores sueños. Aparcamos y vamos a por el siguiente: Encontrar un bar no demasiado lleno (esto fue más difícil que aparcar).

En la caminata ya se respiraba el buen rollito, todo lleno de gente con sus cervezas y sus camisetas, desde camisetas con la gira actual hasta camisetas de hace décadas y en las que apenas se podía leer las letras. Empezaban las aglomeraciones, los saludos con gente a la que ni conocías, las sonrisas… Todo estaba preparado.

Por fin vemos un bar que no estaba muy lleno. Empezaba el festival de tercios. Gente contenta, muy contenta. Otros no tanto debido a que la cerveza no estaba excesivamente fría (problemas de logística y falta de previsión, supongo). Como, efectivamente, la cerveza no estaba muy fría, fuimos a otro bar. Cada vez había más gente y más ambiente. “Buah, todavía queda mucho, me da tiempo a otra”. Y otro tercio, y otro, y otro… Así hasta que quedaba una media hora. ‘Yonkilata’ de camino y a la cola.

Vamos camino al recinto. Cada pasito que daba me hacía estar más y más contento. Una gran bandera del Atleti, un estadio enorme, carteles, puestos de comida y cerveza… Pero, lo más importante: El ambiente que precede a los grandes conciertos como este.

“Mamá, ¿tienes las entradas?”. “Si hijo, me lo has preguntado cuarenta veces”. Pobre, lo que tiene que aguantar con un hijo como yo… Empiezan los nervios, la búsqueda de la puerta 30, las colas interminables (pero bastante rápidas, por cierto)… Llegamos, enseñamos nuestra entrada y ya lo hemos hecho: ESTOY DENTRO DE MI PRIMER CONCIERTO DE LOS MAIDEN.

Nos situamos en la tribuna. Casi en primera fila, ni tan mal. La única pega es que teníamos un soporte en todo el puñetero centro y nos fastidió un poco la visión. Nos vamos a nuestros sitios y esperamos.

La gente empieza a gritar y escuchamos algo: Son los primeros acordes de ‘Aces High’. No puedo describir lo que sentí en ese momento. Me faltaba la respiración, no me salían las palabras… Tardé casi toda la canción en asimilar lo que estaba viviendo.

Seguían sonando las canciones y yo era feliz excepto por una cosa: La columna me estaba molestando. Intenté ignorarla mientras seguía disfrutando de la voz de Bruce.

Y llegó ‘The Clansman’. Esta canción es de mis favoritas, por lo que no pude evitar soltar una lagrimilla de emoción. Pero mientras estaban tocando no dejaba de pensar en la columna, que me estaba amargando el concierto.

Mi padre (un tío licenciado en tabernas y conciertos de toda Europa) y yo intentamos idear un plan. Y es que yo iba a ver el concierto en pista, si o si (cosas que pasan cuando vas trozo y te pones cabezón). “Oye viejo, fíjate en la segurata” “Si hijo, está más tiempo en la esquina derecha que en el centro” “Y el de la izquierda está más pendiente de la otra grada” “Bueno hijo, vamos a ello”. Sabía que podían pasar tres cosas: Que acabásemos en pista, que nos llevásemos una reprimenda (o un porrazo) o que nos echasen del concierto. Miro hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia el frente y salto. Ya estoy dentro y los seguratas no se han dado ni cuenta. Un auxiliar me intenta retener, pero en ese momento sonaba ‘The Trooper’ y estaba desatado. Por fin lo había hecho: Estaba en pista en un concierto de los Maiden. Al acabar el concierto mi padre me contó que no tuvo tanta suerte. El pobre hombre tiene casi sesenta palos y está perdiendo facultades.

No digo que esté bien hecho, pero posiblemente sea mi único concierto de los Maiden y me la tuve que jugar. Lo siento.

Una vez en pista todo fue a mejor. Iba avanzando poco a poco, zigzagueando entre la gente mientras avanzaba más y más metros. Tanto que acabé en la mitad más cercana al escenario.
 

Y llegaba ‘The Wicker Man’. Esto fue el éxtasis. Los Maiden, en pista y tocando mi canción favorita. Grité, salté, lloré… Creo que ha sido uno de los mejores momentos desde que tengo memoria. Increíble. En ese momento me habría gustado detener el tiempo, pero como sabía que no era posible me dediqué a disfrutar cada décima de segundo.

‘Fear of the dark’, ‘The number of the beast’ y ‘Iron Maiden’. Tres verdaderos pepinazos. Iban volando los minis de cerveza vacíos, la gente seguía saltando, cantando, disfrutando…

‘Hallowed be thy name’ y ‘Run to the hills’. Se respiraban los últimos instantes del concierto, por lo que había que disfrutar a tope. Y así lo hice. Cuando tocaron la última nota sentí una mezcla de pena y de paz. Pena porque había acabado. Paz porque había cumplido mi sueño de ver a los Maiden.

Salimos y volvimos al bar. Nos tomamos un par de tercios mientras comentábamos la jugada y el concierto en general. Coincidimos en lo mismo: Iron Maiden le sigue poniendo las mismas ganas en los escenarios y el sonido era bastante mejorable. Pero me daba igual, había conseguido hacer lo que llevaba años soñando. Me fui a dormir cansado, pero con una sonrisa que, tres días después, aún sigue aquí.


Una crónica llena de sentimientos y narrada desde el corazón, ¡esperamos que os haya gustado!

El mono del código: https://elmonodelcodigo.com/

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